viernes, enero 25, 2008

Los Siete Pecados Capitales - El Síndrome de la Ardilla (II) .-


Apenas hemos olvidado la navidad y vamos ya camino de la Semana Santa. Y como cada inicio de año toca pensar en lo que no vamos a volver a hacer, en nuestras buenas voluntades e intenciones. Y, ya de paso que nos acercamos en procesión hacia las letanías, pasos y martirios, ¿qué mejor que hablar de nuevo de pecados y pecadillos?

Exacto, pecados para los demás, pecadillos sin importancia para nosotros, hombres y mujeres de bien (las incluyo a Ustedes señoras obligado por miedo y no por no tenerlas presentes en mi pensamiento, créanme que siempre lo están. Y el miedo es que no vayan a estar mirando los de la sgae o los modernillos y me denuncien por misógino). Pues eso, que nosotros no pecamos a lo grande, no apalancamos nuestros pecados para coger músculo redentor, no vaya a ser que el de arriba nos haga una opa, nos absorba y se joda el invento.

Bueno, sin ánimo de ofender ni blasfemar, que no es la intención de este ateo en la forma que no en el fondo (otro día hablo de esto). Hablemos pues de pecados, capitales, eso sí y, por supuesto, en la empresa. ni en la suya ni en la mía, pero en la empresa al fin y al cabo, que algunas más hay, pues haberlas haylas.

Y qué mejor que explicar con una pequeña parábola otro de los hábitos ya conocidos: el de la ardilla que no veía porque no quería ver.

Esto me remonta a mis tiempos infantiles, unos 9 años, quizá alguno menos. Teníamos en casa una pequeña ardilla vietnamita creo, de esas marrones con rayas negras en el lomo. Un animal listo, vivo e inteligente como no he vuelto a ver. Y animales he visto un rato. Más de médico que de veterinario pero animales-animales.

Bueno, este pequeño roedor, como se llamaban en los dibujos animados de mi época, se escapó de la jaula en la que la teníamos, crueles nosotros, día y noche. Créanme si les digo que su potencia de salto dejaría el récord actual de los 8,95 humanos en migajas. Saltó por todas y cada una de las partes de nuestra anatomía cuando, en inútiles intentos por atraparla nos tumbábamos en el suelo, nos arrodillábamos, y hacíamos piruetas que mi cuerpo no podrá ya repetir.

Tras una buena media hora de tira y afloja por el pasillo, haciendo etapa en las cortinas, en el taquillón de la entrada, debajo de un sillón y encima de una silla, la ardilla llegó a esconderse detrás de un radiador de aquellos de hierro colado, grandes y altos. Estábamos pensando en cómo atraparla, si con una toalla para no dañarla, si con una caja, o directamente con las manos, cuando percibí el diferente carácter que tenía aquella situación para la ardilla y para nosotros. Imagínense, 3 personas, más de 150 kilos enfrentándose a ¿200 gramos?

Mientras la observaba entre los tubos del radiador noté un movimiento leve, discreto, pero continuado por su parte. Estaba moviendo la cabeza hacia un lado. Imaginen la escena: la ardilla metida tras uno de los tubos del radiador, y sujeta a él con sus garritas y todo esto a una altura que nos obligaba a arrodillarnos mientras que seguro que a ella le producía vértigo.
No podíamos meter la mano entre los tubos para atraparla, ni por un lateral y detrás, ni por arriba, imposible por abajo. Así que la mirábamos por el frente y entre los tubos mientras pensábamos en cómo hincarle el diente, figurado eso sí.

Por el simple proceso de la imitación ladeé la cabeza al tiempo que lo hacía ella hasta que me di cuenta de lo que pretendía. Estaba ocultándose. Hoy me río de su ingenuidad. Ayer también. Una vez que uno de sus ojos (les recuerdo por si no tienen el National Geographic que la mayoría de los animales tienen un ojo en cada lado de la cara y no en el frente como nosotros) quedó oculto por el tubo del radiador y el otro miraba hacia la pared que quedaba tras ese mismo radiador se quedó inmóvil. Eureka, habíamos desaparecido, al menos a sus ojos.

Pedazo invento, pensé. Eso sí que es magia y no lo del Copperfield: cubres tus ojos, anulas tu campo de visión y tus problemas desaparecen. Bueno, seguro que se han reído un rato a costa de la ardilla. Pues, déjenme decirles con toda la solemnidad que nos ha traído esta legislatura, que no deberían. Quizá piensen que, amén de inocente, la ardilla era un poco tonta. Hombre (perdón, y mujer también), les recuerdo que se trata de un pequeño animal, de inteligencia bastante inferior a la nuestra. Al menos a priori.

Porque la verdad es que he observado la misma conducta en bastantes ocasiones. Pero, esta vez no en ardillas ni en otros silvestrillos de los que fueron creados para servirnos, según dicen. Si no en humanos. Y he dicho humanos, que no seres racionales. Tampoco he dicho inteligentes ni nada parecido. Dejémoslo en humanos, que bastante es ya.

Naturalmente no suele ser tan evidente ni tan parecido al caso de la ardilla, principalmente por el hecho de que yo todavía no he podido meter a alguno de estos tipos detrás de un radiador. Así que el sistema empírico tradicional queda descartado. Nunca sabremos si puestos en la misma situación actuarían del mismo modo.

Sin embargo, sí podemos encontrar comportamientos análogos. Y quizá alguno de estos les resulte familiar. Alguien, y no miro a nadie, dice hoy, día D, algo, pongamos A, por ejemplo. Bueno, pues mañana, día D+1 o simplemente E, no le interesa seguir pensando A, puesto que ha pasado a interesarle B. El individuo en cuestión, y no miro a nadie, puede seguir dos estrategias. A saber: negar vehementemente, cual Patiño televisiva, haber pensado, nombrado, escrito, cincelado, grabado, intuido, imaginado, etc. nada parecido o bien, y esta es para iniciados, contestar manzanas traigo cuando le pregunten que adónde va.
En resumen, que uno cambia de opinión, pues nada, se niega la mayor y, voilá, todos los problemas y disensiones desaparecerán tras el tubo del radiador de la vida, ese que tanto quema y, a veces, tanto jode.

Esta gente, y no miro a nadie, llega a creer que, mientras él o ella se aferre en su cabeza a la idea que más le convenga, indiferente cuántas veces se diga, desdiga y contradiga, todo, tanto la realidad como el resto de la gente mutarán hacia ese pequeño nirvana de onanismo onírico que se ha creado. Algo así como: yo hago la realidad. O, el mundo comienza y termina en mí.

Así pues, ya han visto que es sencillo. En esencia se traduce en lo que decía un buen amigo: si no puedes convencer, confunde. Aunque sea sólo a ti mismo. Solo que para ello hace falta ser algo más inteligente que una ardilla, al menos que la mía.
Pero no vayan a pensar que estoy haciendo un ejercicio de psicoanálisis sobre la conducta en el ámbito personal o social. Seguro que si hablamos de cifras, proyectos, plazos, responsables y las respuestas dadas e incluso anotadas con luz y taquígrafos la cosa les suena un poco más, ¿no?

Yo, por si no se habían dado cuenta, sé de este pecadillo capital por la historia de la ardilla, la que les he dicho que me ocurrió hace ya demasiado años. Por lo demás, no me he vuelto a encontrar con nada parecido. Ya saben, yo, como siempre, hablo de oído. Espero que tengan tanta suerte como yo. Mientras, yo me voy a encargar un antifaz, que pesa menos que un radiador y permite dejar de ver lo que no se quiere ver.

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