miércoles, enero 30, 2008

Haiku .-


Poema breve de 3 versos originario de Japón que no tiene título, rima ni signos de puntuación. Esto es, brevemente y simplificando un haiku. Surgidos habitualmente de la observación, casi siempre de la naturaleza, tan sabia ella. Como los japoneses, sabios ellos también. Intenta recoger en síntesis mucho más de lo que podría expresar en tan pocas palabras.

Y esa proeza no puede surgir más que desde la paciencia. Y de la observación, como ya he dicho. Y por ello de la curiosidad. No puede observarse si no se persigue un fin ulterior, si no existe una cierta ambición, sana y egoísta pues su bien, el saber, el conocer, sólo redunda en uno mismo.

Les dejo aquí uno de ellos. Leánlo y reléanlo. Traten de mutilarlo sin miramientos y verán que no es posible. Que no sobra ni falta cada una de sus palabras. Que el ritmo y la música que contiene hace imprescindible todas las sílabas y letras. Que el sentido se encuentra y afianza al leerlo en voz alta. Escúchense leyéndolo. Deléitense.

Y luego vuélvanlo a leer. Y vuélvanlo a leer. Y cuando crean que ya no les aporta nada más, que ya no les descubrirá pequeñas parcelas desconocidas, abandónenlo. Pero manténganlo siempre cerca.

Leve es la primavera:
sólo un viento que va
de árbol en árbol
(Usuda Arô)


Durante una estancia en un monasterio benedictino, hablando con el padre hospedero acerca de los salmos, antífonas e himnos, le pregunté si no llegaba a resultarle monótono repetir los mismos textos vez tras vez.

Fijó sus ojos en los míos, no con dureza sino con una cierta compasión tal y como comprendí más tarde, y me dijo: “cada cierto tiempo, cuando vuelvo a leer frases y salmos mil veces leídos, encuentro algún pequeño detalle que hace que aquello tenga sentido, o que, sencillamente encuentre un nuevo y más profundo significado. Dios no deja de sorprenderme cada día. Por eso le he dedicado los últimos catorce años de mi vida. Y él me recuerda que está junto a mí con sus pequeñas sorpresas, con esos pequeños matices”.

La verdad es que le he dado muchas vueltas a esa respuesta. ¿Cómo puede ser que frases sencillas y diáfanas nos desvelen su sentido en pequeñas dosis? ¿No deberíamos ser capaces de comprenderlas todas a una, en una sola lectura, simples como son?

Parece ser que no, que yo al menos soy bastante más ignorante de lo que siempre he creído pues he comprobado que lo más sencillo sigue sorprendiéndome y mostrándome otros aspectos desconocidos aún a pesar de haber acumulado muchas primaveras más, como las del haiku.

Pero al final creo haber encontrado la respuesta, el porqué: la esencia. Exacto, no había dado con la esencia. Tan sólo me había centrado en la forma y no en el fondo.

Así que no me queda otra que tener fe, algo paradójico en un ateo “formal”, y paciencia pues la una sin la otra de poco sirven. Fe porque sé que si persevero llegaré a la esencia; paciencia para dejar que la fe haga su trabajo.

Y si comprendo la esencia podré expresarme con haikus en lugar de con frases y conceptos enrevesados. Es más, podré dedicar mis esfuerzos a lo que de verdad importa, y no a lo que los demás y mis sentidos me digan.

Por eso es necesario volver a los haikus con cierta frecuencia, para cerciorarnos de que todavía pueden aportarnos esa clave que no nos permite progresar aun cuando veamos que estamos dando un paso tras otro pues moverse no es lo mismo que avanzar ¿Dónde queda la dirección?

Eppur si muove dijo Galileo para confirmar su convicción de que no da lo mismo qué astro gire en torno a cuál, lo diga quien lo diga. Hoy, mucho tiempo después, la tierra sigue desplazándose alrededor del sol en un movimiento elíptico como él predijo. Y el sabio italiano no tendría que retractarse hoy de unas ideas lanzadas cuando nadie supo ver lo que él vio: la idea simple a la que llegó gracias a su curiosidad y meses de observación. Tan simple, tan esencial que le permitió desafiar a todo menos a aquello que como el haiku no puede ser ampliado ni reducido, tan primigenio como es: la realidad.

Así, frente a su papel en la empresa tienen dos opciones: lean lo que otros han escrito y dirijan “de manual” o “de oídas”, o bien escriban su propio haiku, su idea esencial y acompáñense de paciencia, fe y determinación y podrán así hablar con la convicción de Galileo. Al genio le ha juzgado el tiempo, demasiado eso sí, pero a Ustedes y a mí nos juzgarán los resultados. Y, ya saben, a los únicos a los que favorece el tiempo es a los genios, al resto nos perjudica pues no nos permite trascender más allá de nosotros mismos. En todo caso, siempre nos quedará el orgullo de pertenecer al “glorioso montón”. Y el haber intentado descubrir la realidad en lugar de permitirnos el lujo de vivir una realidad ideada o inventada por otros.

Yo, como Galileo, prefiero ser dueño de mis fracasos que deudor de éxitos ajenos. ¿Y Ustedes?

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