jueves, diciembre 27, 2007

Emperdedores


La primera lección, que no clase, que cualquiera que quiera dedicarse al mundo de la economía y la empresa debería recibir es que las empresas pueden quebrar incluso teniendo beneficios. Léase también contando con una cuenta de resultados de las de nota. Evidentemente no de manera directa pero sí puede ocurrir. Y ocurre. Y ocurrirá.

Bien, pues esto que acabo de decir ha provocado durante bastante tiempo una sonrisa irónica, sarcástica incluso, entre quienes lo escuchaban. Seguro que pensaban, mira el infeliz este, dónde va, cómo va a quebrar una empresa con beneficios. Este desgraciado seguro que no sabe ni lo que es el apalancamiento ni nada de la economía moderna.

Seguramente mis conocimientos han quedado ya obsoletos y quizá mi cabeza los haya sustituido a causa de mi amigo Alzheimer pero hay una cosa de la que no pueden acusarme: de no tener sentido común. Y con eso me basta y sobra. Al menos para defenderme en un mundo económico éste en el que el nivel intelectual cierra cada día como se cierra en el rabino: con menos diez. Y no es porque los conceptos no progresen, avancen, evolucionen. Sino porque quienes los manejan han vulgarizado su significado confundiendo tocino y velocidad.

Mientras que recelaríamos de una hiperinflación de físicos nucleares (pues no está la inteligencia tan bien repartida), no tenemos inconveniente en aceptar que haya superávit de gurús de la economía. En este país, te compras un traje diplomático, te pones una corbata moderna y vistosa, de esas de la cuenta naranja, te dejas el pelo un poco largo, te bordas las iniciales en la camisa y, vualá, te ceban el cerebro con 200 años de economía moderna. Como a las pobres ocas: alimentadas a la fuerza. A ellas se les hipertrofia el hígado mientras que a nosotros lo hace el orgullo, la vanidad y la prepotencia. Además de la estupidez en muchos casos. Y sólo con un traje y una corbata. Imagínense que nos diera por pensar: de ahí al hiperespacio intelectual. Yuuuuuuuuuu...

Pero no siempre ha sido así. ¿Recuerdan aquel procedimiento para llegar a la misma conclusión sin cálculos modernos? Creo que lo llamaban la “cuenta de la vieja”, nombre peyorativo de por sí, haciendo ver que los números se manejaban a la antigua usanza, como cuando Carolo y su ábaco reinaban en comandita. Bueno, pues la viejecita de turno tan solo utilizaba dos cosas para discernir entre lo interesante y lo que debía rechazar hablando de comercio o cuentas. Y estas dos cosas eran, a saber: sus manitas, con o sin abalorios, elijan que no cobro por ello, y el sentido común, vulgo la mollera.

Bueno, pues esta “mujercica”, pañuelo negro preservando las ideas, era capaz de saber que gastar más de lo que se tiene o se puede pagar no es conveniente. Da igual lo que tengamos o cobremos. La ecuación es tozuda: sale más de lo que entra, prepárate para lo que venga. Entra más de lo que sale, gasta hasta que diga vale.

Esta lógica la entendemos todos. Pero, vayamos más allá. ¿Han oído hablar del cuento de la lechera? Quién no. Y para quienes no conozcan esta fábula o no la recuerden, ésta relata el sueño de una granjera que imagina un gran patrimonio que saldrá del cántaro de leche que lleva en la cabeza. Una vez lo venda, comprará un canasto de huevos, que le darán pollos, que a su vez, ya criados y vendidos le darán para un cerdo, al que criará y venderá para comprar una vaca y un ternero, los cuales le permitirán vivir holgadamente. Pero, ay, tan absorta iba que no vio una piedra en el camino y tropezó. Y con ese tropiezo se fueron la leche y lo que no eran más que sueños.

Bueno, ahora, como siempre, explíquenos, Capitán Gonzo, qué tiene esto que ver con nosotros. Espero que nada, por su bien. Pero tiene mucho que ver con la situación actual de muchas empresas, especialmente inmobiliarias, promotores y constructoras. El cántaro de las ventas fáciles, rápidas y lucrativas se cayó y derramó todo su contenido por el suelo.
La diferencia está en que nuestra lechera sólo perdió un cántaro de leche. Quizá era todo lo que tenía.

Pero, cuando se han hipotecado los ingresos y beneficios futuros basados en las circunstancias del momento se corre el riesgo de que, oh pavor, las circunstancias, puñeteras ellas, cambien. Y con ello todo nuestro cuento. Bueno su cuento, el de ellos. Así, lo que fue un sueño y podría haber quedado en una ilusión desvanecida se convierte en una pesadilla al haber comprometido para el pago los ingresos y beneficios que deberían venir de los huevos, de los pollos, del cerdo, de la vaca y del ternero. Pero ya no vendrán. Pero sí tendrán que pagar. Lástima, ¿no?

Y aquí es donde nuestros ilustres gurús de la corbata naranja no han aprendido de la lechera. Ella no consiguió lo que quería porque perdió lo que tenía. Sin embargo, nuestros amados “desconomistas” y “emperdedores” han malogrado lo que tenían y lo que no tenían. ¿Y todo por qué? ¿Recuerdan el post anterior? Sí, el del apalancamiento entre otros conceptos para iniciados. Pues eso, reléanlo y saquen sus propias conclusiones.

De los ingresos y beneficios generosos han salido los pagos puntuales. Luego se han convertido en ingresos y beneficios limitados, generosos sí, pero insuficientes para hacer frente a todos los pagos. ¡Qué puñeteros los acreedores! Mira que querer cobrar lo exacto y en punto.

Y de ahí a ver negados nuevos suministros sin adelantar el cántaro de leche, que a mí no me hable de los huevos, los pollos y yo que sé, que yo sólo fío por lo que veo y cuento.

Y sin suministros nos convertimos en los reyes de los productos en curso. Que, por supuesto, no hay forma de vender. Y por lo tanto de generar beneficios y, por lo tanto de...

En fin, que comenzamos a vender sin nuestros queridos y amados márgenes, tan exagerados ellos últimamente. Eso si podemos vender algo. Y tras ello sí entramos en pérdidas. Y sin posibilidad de enmendar la situación.
Y es que lo malo del hombre es que a veces juega a ser dios, creyendo que todo lo que ve y lo que no ve queda bajo su dominio y tutela. Pero, joder, hay que ver lo borde que es la realidad, siempre tratando de llevar la contraria.

Y lo malo es que, a veces lo consigue. Pero no se preocupen. Como decía Super-Ratón: no olviden mineralizarse y apalancarse y la vida les sonreirá. O se reirá.

Que dios nos coja confesados.

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