viernes, diciembre 28, 2007

Del decir al hacer hay mucho que ver .-


Ha pasado ya bastante tiempo desde que internet está presente en nuestras empresas. En mi caso concreto llevo ya diez años con su compañía. A pesar de que hoy no tenga mucho que ver con los finales de los ’90. Recuerdo que en sus inicios muchos de los usos que hoy son compañeros habituales no existían ni siquiera en la imaginación de sus creadores.
Muchos de los avances han venido gracias a la tecnología, posible hoy pero no ayer. Por ejemplo, los vídeos, las animaciones, las estadísticas de búsqueda, de análisis, la videoconferencia, wikipedia, etc. Por entonces, internet era un escaparate para las empresas y universidades.

Otros muchos son producto de las nuevas utilidades que han nacido gracias a este universo y que no serían posibles de otro modo. Al menos, no dentro de lo que conocemos hoy. Me refiero a los blogs, la prensa virtual, los photoblogs, los foros, el P2P, etc.

Existe un gran debate, continuo incluso y relanzado cada vez que una nueva utilidad se expande entre los usuarios, acerca de las ventajas e inconvenientes de internet. Se habla, por ejemplo de la información y la desinformación. Se llega incluso a decir que la democracia directa llegará gracias de internet, no sólo como soporte sino como revolución conceptual.
Ahora bien, todo esto ocurre en el ámbito social, pero existe también una implicación directa en la empresa. Su presencia es sutil pero no pasa desapercibida al cabo del tiempo. Me refiero a pasar de 0 a 100 en un santiamén, a cursar tres masters en una semana gracias a refritos de artículos pescados en la red, con enfoques divergentes en muchos casos, de mil padres siempre.

Seguro que si les digo que es fácil pasar en un mes de mirar de vez en cuando el cumplimiento del presupuesto de ventas a exigir un business plan con control a través de un cuadro de mando integral de todas las áreas les suena.
La empresa debe estar atenta a esta enajenación, que esperemos que sea transitoria pues existen auténticos especialistas en la empresa en buscar y encontrar las últimas tendencias con la firme voluntad de ponerlas todas en práctica.
¿Y cómo actúan? Habitualmente leen, a través de algún enlace en sus búsquedas o webs habituales, una nota interesante acerca de una nueva herramienta o concepto de gestión. De inmediato se aplican a realizar búsquedas sobre el término o tema, copypastean todo lo que pillan, lo recopilan en un documento y lo enchufan a alguien con la insana esperanza de que lo pongan en práctica ya.

Un pequeño detalle. Normalmente, con mucha suerte, todos los textos no habrán sufrido ni la más elemental lectura por parte del autor de la violación del copyright por lo que la garantía de que el concepto sea fiel a su origen y propósito es mínima, por decir algo.

Y además, la capacidad de estos individuos es muy prolífica, por lo que lanzan siempre los nuevos desarrollos de tres en tres. Bien, estos individuos son muy peligrosos para la empresa. Letales podríamos llegar a decir en caso de que perduren con su empeño y en su empresa durante mucho tiempo.

¿Y qué hacer frente a ellos? Pues algo tan sencillo como aceptar todo lo que envíen, pues siempre envían copia al superior, llamarlos al despacho cuando hayan recogido Ustedes 8 ó 10 ideas y decirle algo así como: enhorabuena, Sr. Pelotez (el apellido propio del individuo puede ser también aceptado), veo que se preocupa Usted por nuestra empresa y su funcionamiento. La verdad es que, vista la calidad y cantidad de los conceptos y herramientas no sé cómo podríamos sobrevivir sin ellas. Hay algunas francamente interesantes.

Y dígame, Pelotez, en su opinión, ¿cuáles de ellos serían prioritarios? Y cuando vean que el fulano se acomoda en el sillón y toma aire, háganlo Ustedes también para no dejar atisbos de duda cuando den Su respuesta. Porque, ¿saben qué dirá Pelotez? Exacto, que no hay ni uno solo prescindible.

Y dígame Pelotez, ¿en cuánto tiempo, de acometer todos a la vez, podríamos tenerlos todos implantados? En ese momento, ensimismado como estará con el esperado y merecido reconocimiento, dirá, algo así como en seis meses deberían estar todos operativos, palabro que tanto le gustará a él, seguro.

Y, dígame Pelotez, habrá pensado Usted en alguien para ello, ¿no? ¿En quién concretamente? Bueno, aquí el fulano le dará mil y una explicaciones acerca de la idoneidad de cada candidato involuntario.

Llegó el momento. Disparen entonces a bocajarro un “Pelotez, aprecio que quiera dar oportunidades para hacer méritos a todos los compañeros que ha nombrado: muy loable y generoso por su parte. Pero, Pelotez, estos desarrollos son vitales para nuestra empresa. Y por ello no puedo hacer otra cosa que asegurarme de que están en las mejores manos. Así que, Pelotez, seis meses y vinculación 100% a sus objetivos anuales. Si, ya sé que Sus objetivos ya han sido definidos pero quiero que se beneficie de Sus aportaciones más que nadie. Otra cosa no sería justa. Y no se hable más. El próximo Viernes la planificación con todas sus fases además de los resultados esperados. Y no me racanee que se los tendré que rectificar.

Seguro que han disfrutado imaginando la situación, ¿no? Seguro que les ha recordado este otro refrán: “De los que saben, cientos, de los que hacen menos”. Ustedes deciden de qué va a vivir su empresa, de saber o de hacer. Yo, puestos a elegir me quedo con todo: la banca gana.

jueves, diciembre 27, 2007

Emperdedores


La primera lección, que no clase, que cualquiera que quiera dedicarse al mundo de la economía y la empresa debería recibir es que las empresas pueden quebrar incluso teniendo beneficios. Léase también contando con una cuenta de resultados de las de nota. Evidentemente no de manera directa pero sí puede ocurrir. Y ocurre. Y ocurrirá.

Bien, pues esto que acabo de decir ha provocado durante bastante tiempo una sonrisa irónica, sarcástica incluso, entre quienes lo escuchaban. Seguro que pensaban, mira el infeliz este, dónde va, cómo va a quebrar una empresa con beneficios. Este desgraciado seguro que no sabe ni lo que es el apalancamiento ni nada de la economía moderna.

Seguramente mis conocimientos han quedado ya obsoletos y quizá mi cabeza los haya sustituido a causa de mi amigo Alzheimer pero hay una cosa de la que no pueden acusarme: de no tener sentido común. Y con eso me basta y sobra. Al menos para defenderme en un mundo económico éste en el que el nivel intelectual cierra cada día como se cierra en el rabino: con menos diez. Y no es porque los conceptos no progresen, avancen, evolucionen. Sino porque quienes los manejan han vulgarizado su significado confundiendo tocino y velocidad.

Mientras que recelaríamos de una hiperinflación de físicos nucleares (pues no está la inteligencia tan bien repartida), no tenemos inconveniente en aceptar que haya superávit de gurús de la economía. En este país, te compras un traje diplomático, te pones una corbata moderna y vistosa, de esas de la cuenta naranja, te dejas el pelo un poco largo, te bordas las iniciales en la camisa y, vualá, te ceban el cerebro con 200 años de economía moderna. Como a las pobres ocas: alimentadas a la fuerza. A ellas se les hipertrofia el hígado mientras que a nosotros lo hace el orgullo, la vanidad y la prepotencia. Además de la estupidez en muchos casos. Y sólo con un traje y una corbata. Imagínense que nos diera por pensar: de ahí al hiperespacio intelectual. Yuuuuuuuuuu...

Pero no siempre ha sido así. ¿Recuerdan aquel procedimiento para llegar a la misma conclusión sin cálculos modernos? Creo que lo llamaban la “cuenta de la vieja”, nombre peyorativo de por sí, haciendo ver que los números se manejaban a la antigua usanza, como cuando Carolo y su ábaco reinaban en comandita. Bueno, pues la viejecita de turno tan solo utilizaba dos cosas para discernir entre lo interesante y lo que debía rechazar hablando de comercio o cuentas. Y estas dos cosas eran, a saber: sus manitas, con o sin abalorios, elijan que no cobro por ello, y el sentido común, vulgo la mollera.

Bueno, pues esta “mujercica”, pañuelo negro preservando las ideas, era capaz de saber que gastar más de lo que se tiene o se puede pagar no es conveniente. Da igual lo que tengamos o cobremos. La ecuación es tozuda: sale más de lo que entra, prepárate para lo que venga. Entra más de lo que sale, gasta hasta que diga vale.

Esta lógica la entendemos todos. Pero, vayamos más allá. ¿Han oído hablar del cuento de la lechera? Quién no. Y para quienes no conozcan esta fábula o no la recuerden, ésta relata el sueño de una granjera que imagina un gran patrimonio que saldrá del cántaro de leche que lleva en la cabeza. Una vez lo venda, comprará un canasto de huevos, que le darán pollos, que a su vez, ya criados y vendidos le darán para un cerdo, al que criará y venderá para comprar una vaca y un ternero, los cuales le permitirán vivir holgadamente. Pero, ay, tan absorta iba que no vio una piedra en el camino y tropezó. Y con ese tropiezo se fueron la leche y lo que no eran más que sueños.

Bueno, ahora, como siempre, explíquenos, Capitán Gonzo, qué tiene esto que ver con nosotros. Espero que nada, por su bien. Pero tiene mucho que ver con la situación actual de muchas empresas, especialmente inmobiliarias, promotores y constructoras. El cántaro de las ventas fáciles, rápidas y lucrativas se cayó y derramó todo su contenido por el suelo.
La diferencia está en que nuestra lechera sólo perdió un cántaro de leche. Quizá era todo lo que tenía.

Pero, cuando se han hipotecado los ingresos y beneficios futuros basados en las circunstancias del momento se corre el riesgo de que, oh pavor, las circunstancias, puñeteras ellas, cambien. Y con ello todo nuestro cuento. Bueno su cuento, el de ellos. Así, lo que fue un sueño y podría haber quedado en una ilusión desvanecida se convierte en una pesadilla al haber comprometido para el pago los ingresos y beneficios que deberían venir de los huevos, de los pollos, del cerdo, de la vaca y del ternero. Pero ya no vendrán. Pero sí tendrán que pagar. Lástima, ¿no?

Y aquí es donde nuestros ilustres gurús de la corbata naranja no han aprendido de la lechera. Ella no consiguió lo que quería porque perdió lo que tenía. Sin embargo, nuestros amados “desconomistas” y “emperdedores” han malogrado lo que tenían y lo que no tenían. ¿Y todo por qué? ¿Recuerdan el post anterior? Sí, el del apalancamiento entre otros conceptos para iniciados. Pues eso, reléanlo y saquen sus propias conclusiones.

De los ingresos y beneficios generosos han salido los pagos puntuales. Luego se han convertido en ingresos y beneficios limitados, generosos sí, pero insuficientes para hacer frente a todos los pagos. ¡Qué puñeteros los acreedores! Mira que querer cobrar lo exacto y en punto.

Y de ahí a ver negados nuevos suministros sin adelantar el cántaro de leche, que a mí no me hable de los huevos, los pollos y yo que sé, que yo sólo fío por lo que veo y cuento.

Y sin suministros nos convertimos en los reyes de los productos en curso. Que, por supuesto, no hay forma de vender. Y por lo tanto de generar beneficios y, por lo tanto de...

En fin, que comenzamos a vender sin nuestros queridos y amados márgenes, tan exagerados ellos últimamente. Eso si podemos vender algo. Y tras ello sí entramos en pérdidas. Y sin posibilidad de enmendar la situación.
Y es que lo malo del hombre es que a veces juega a ser dios, creyendo que todo lo que ve y lo que no ve queda bajo su dominio y tutela. Pero, joder, hay que ver lo borde que es la realidad, siempre tratando de llevar la contraria.

Y lo malo es que, a veces lo consigue. Pero no se preocupen. Como decía Super-Ratón: no olviden mineralizarse y apalancarse y la vida les sonreirá. O se reirá.

Que dios nos coja confesados.

lunes, diciembre 24, 2007

Los Siete Pecados Capitales - Fin y Medio (1) .-


Como nadie es perfecto, y yo menos, ahora que hemos retomado la relación y estamos en confianza voy a confesarles algo que espero no hayan notado ya: durante un tiempo estuve viviendo en el Reino Unido. Más concretamente en Gran Bretaña. Y para más detalles, en Inglaterra.

Bueno, algún dejecillo y secuela me ha quedado, pero espero que no sea demasiado importante como para que nos distancie intelectualmente. En realidad, en lo personal me sirvió para darme cuenta de que era (y soy) mucho más ignorante de lo que ya sabía que era. Además de para sufrir dos cosas que mi memoria grabó como la esencia de aquella experiencia: la mejor forma de comer allí en desayunar tres veces y salir a pasar el día debe hacerse con una maleta con un poco de todo, o bien sufrir mil cambios de tiempo por hora con un “todo-en-uno”. Así, con un poco de imaginación, unas chancletas se convierten rápida, aunque fugazmente, en unas botas de lluvia, o en unas de esas forraditas con borreguillo.

Esto que les he comentadao, lo del “todo-en-uno” se llega a dominar cuando eres capaz de decir, a 2ºC, con una humedad como en un puerto, y en camiseta de manga corta y bermudas “qué día más maravilloso, darling” sin que se te congele el moco ni se te note la tiritona. Ni que te acuerdes de lo más barrido por haber ignorado que el espléndido día y sol que lucían 10 minutos antes no iban a durar eternamente. Ni eternamente ni estrechamente.

En lo profesional, muchas más cosas. Y, como en botica, hubo de todo, bueno y malo. Pero debo reconocer que de todo aprendí. Y mucho. Incluso si no me hubieran enseñado nada, la simple experiencia de aprender por tu cuenta en un ambiente diferente es algo que todos deberíamos experimentar en algún momento, sobre todo cuando vemos que comenzamos a controlar nuestra actividad profesional. Es el momento más peligroso y el más aconsejable para un cambio que nos vuelva, de nuevo, ignorantes. Si alguna vez han estado en un gimnasio sabrán a lo que me refiero: sin dolor no hay progreso.

¿Pero de qué habla el Capitán Gonzo? Si nuestros universitarios van año sí y año también a UK y USA, que nuestras buenas libras y buenos dólares nos cuesta (aunque con lo barato que está no sé yo si lo de buenos, por caros, debería cambiarlo).
Bien, pero me refiero a trabajar e integrarse, no a ir de estudiante de inglés y trabajar en algún pub o mctrapper (sí, efectivamente, de trapero, de comida trapera) para pagarse más vicios de los que les pagan los padres. Y por un largo periodo. Digamos, al menos, un año. ¿Y por qué tanto tiempo?

En mi caso con menos no habría percibido la sutil diferencia de mentalidad existente. Pueden pensar que era problema por deficiente dominio del idioma. No, no lo era. ¿De términos y conceptos? Frío, frío. ¿Inteligencia tal vez? Touché, pero no. Entre mis colegas españoles los había muy inteligentes y, oh sorpresa, el resultado fue el mismo. Así que, tonto sí, pero ya saben, mal de muchos...

El día en que definitivamente volví a casa (mucho más baratas, comparar la calidad sería una afrenta para nuestros piratas compatriotas del ladrillo, y con un país de sueldos más elevados que aquí) con la cabeza algo más abatida de lo normal fue aquel en el que me di cuenta de que las palabras eran las correctas, el contexto también, pero no así la voluntad de interpretarlas para convertirlas en acciones efectivas. Como veo que les estoy liando mejor les explico qué ocurrió exactamente.

Los envíos a los clientes, al dedicarnos a exportar (intracomunitariamente, pero exportación al fin y al cabo) un 75% de nuestra facturación, tardaban entre dos y cuatro días en el peor de los casos. Bien, un nutrido porcentaje de las expediciones iban para países como Alemania, Suecia o Suiza. Me refiero a estos tres países concretamente para que no quede duda de la cultura de planificación que se les presupone.

Bien, dado que nuestros estimados clientes en estos países planificaban, como ya he dicho, y no se dedicaban ni a planificcionar ni a postnificar, pretendían conocer con antelación la mercancía que les llegaría en el plazo usual. ¿Y para qué? Pues para, de nuevo, planificar los envíos a sus clientes y realizar las expediciones tan pronto como les llegaran nuestros camiones.

Y para ello, en el Centro de Producción que el grupo tenía en España y en el que yo había pasado un amplio periodo de tiempo enviaba, mientras el camión salía por la puerta de expediciones, la factura por fax con (sorpresa de nuevo) todas las posiciones cargadas y que llegarían de no mediar un imprevisto en ruta, en los dos cuatro días ya nombrados.
Sencillo, ¿no? Hagamos un indio-resumen: yo cargar camión, camión salir, yo hacer factura porque yo querer cobrar rápido, yo mandar factura por fax para cliente saber qué recibir y cliente planificar sus entregas.

Estas mismas instrucciones, o fases del proceso, como quieran, habían sido transmitidas al equipo comercial y de expediciones british en un inglés algo mejor que el indio del párrafo anterior. Todo bien, todos comprender.

Pero no, al cabo del tiempo, demasiado para no haberme cerciorado del resultado antes, hablando con un cliente y de sus niveles de stock éste me dijo que con el servicio de UK no podía hacer entregas en caliente, entendiendo como tales aquellas que sin stock en su almacén, podía efectuarlas en menos de tres días. Mi sorpresa fue mayúscula pues esos productos específicos de los que él hablaba tenían prioridad en producción.

Ante mi silencio y posterior pregunta de si existían incongruencias entre los materiales facturados y los expedidos él me dijo que ese no era el problema sino el que la factura llegaba con el camión. Tierra trágame, pensé. ¿Cómo puede ser que no enviemos las facturas por fax?

De inmediato me acerqué hasta la oficina comercial, atravesando 32 microclimas diferentes en los 300 metros que tuve que recorrer. Español no sabrían pero por mi careto seguro que aprendieron un poco de la lengua de Cervantes, o al menos, la entendieron, aunque no sea reproducible aquí.

Así, cuando pregunté si enviábamos por fax las facturas a nuestros clientes respondieron que sí. Ya en los cuentos que me contaba mi madre para dormir me di cuenta de que las cosas no eran tan evidentes como yo pensaba. Y que el malo no era nunca aquel a quien primero señalaba como quien no quiere la cosa Agatha Christie en sus novelas (por cierto, pobres mayordomos, les hacíamos los asesinos a las primeras de cambio).

Así que, a pesar de la claridad de la respuesta y la incongruencia de la situación, factura faxeada, cliente no satisfecho por deficiente información, seguí preguntando. Y traté de jugar un poco a detectives, preguntando sin afirmar hasta no tener el arma del crimen. ¿Seguro que lo enviáis? Pedí unos ejemplos y, efectivamente, los faxes tenían todos su reporte de envío con el ok de emisión satisfactoria. En ese momento, sintiéndome ya más Holmes que Watson, imagínense cuán crecido estaba, viendo, como en un tablero de ajedrez el jaque mate en dos jugadas, proseguí con mi interrogatorio.
¿Comprueban que TODOS los faxes son recibidos ok y que el número de fax es el correcto? Sí, y cuando hay errores volvemos a enviar el fax.

Maldición, eran más listos de lo que temía: lo habían comprobado todo. Aturdido por el contratiempo de haber visto destrozada mi estrategia de preguntas de respuesta única hacia la verdad bajé la cabeza tratando de ganar algo de tiempo para pensar.

Todos los años de estudios en un “colegio de pago” me habían abandonado de repente. Mi mente se quedó más en blanco de lo habitual. Sentia incluso el eco y las risas de las neuronas tumbándose a la bartola.

Me vi transformándome de nuevo en Watson. Mi tripa comenzó a pronunciarse y hacerse aparente mientras el mostachillo comenzaba a asomar como pelusilla de adolescente. Flop, el bombín surgió de la nada sobre mi cabeza. Era lo más útil que tenía en mi cabeza dado el frío que hacía. Pero en el último momento, justo con la mano en la manija de la puerta y apunto de salir, calculo que dos o tres de mis neuronas se unieron en un postrer esfuerzo para dar un poco de luz a mi reputación. Y lancé mi última pregunta: ¿y lo hacéis justo cuando sale el camión? Ah, no, los dejamos en esa bandeja y los enviamos todos los Viernes.

¿Increible? Pues, viéndolo hoy, no. No en absoluto. Ustedes lo habrán visto venir pero a mí me costó seis meses aprender con esa lección dos cosas. La primera es que hay que saber mantener la mente en blanco (lo cual se me da de fábula) para no preconcebir y poder así cuestionarse todo. y la segunda, y más importante, es que la gente tiende a quedarse con el medio y no con el fin.

¿No se ve claro? El fin era transmitir la información del material expedido tan pronto como se supiera 100% qué material se había cargado en el camión. Y el medio para ello era la factura enviada por fax. Ahora bien, si confundimos fin con medio nos pasará lo que nos ocurrió allí, que hacemos las cosas sin provecho o beneficio. Pero, hacerlas las hacemos. Vaya que sí. Tendrían que haber visto Ustedes las pilas de facturas esperando a ser enviadas por fax aunque el camión, el material y la factura que siempre se entregaba al conductor hubieran llegado un par de días antes.

Pero siempre podíamos pensar que si el cliente necesitaba un duplicado de la factura ya la tenía en el fax. ¿Y cómo habíamos averiguado que de ciento a viento nuestros clientes necesitaban duplicados? Observando y deduciendo, ni más ni menos.

Elemental, mi queridos Watsons.

Glosario del Enterado .-


Seguro que en cualquiera de sus lecturas cotidianas, en las más informales, en las “aquí te pillo-aquí te mato”, es decir, en periódicos, revistas y libros de gestión varios, se han encontrado ustedes con términos de uso corriente y que hay que dominar con soltura si quiere uno estar “in” en el mundo de la economía y las finanzas.

No se preocupen si en un principio se han sentido desolados creyendo que necesitaban un reciclaje inmediato y profundo; vamos, lo mismo que una actualización de software pero en el “celebro”. No se preocupen, quizá no conozcan los términos pero sí su significado. Lo que seguro que no saben es que esos tres términos usados por la misma persona en unos minutos de conversación son la clave para salir corriendo de todo aquello que tenga que ver con la “pasta” o la gestión y esa persona o personas en concreto.

La verdad, debo reconocer que ya voy pasando el sarampión del tembleque de piernas cada vez que alguien pronuncia ese abracadabra letal cerca de mí. En un principio, seguramente como les ocurra a Ustedes, me crujía la cabeza tratando de descifrar su significado. Más tarde, una vez mi traductor interno de gilipolladas varias transformó en inteligibles aquellos términos que están hoy en boca de todos me relajé. Y terminé sufriendo de nuevo el famoso baile de San Vito en cuanto las escuchaba de nuevo, aunque se tratara de un susurro en la distancia. Pero esta vez no era por mi desconocimiento, sino precisamente por el conocimiento de su significado. Y de lo que suponía: estaba de nuevo frente a un “desconomista”, otro espontáneo de la era Aquarius o de la era Raphael, como ustedes quieran.

Vale, lo de desconomista está más o menos claro y si no fuera así, quizá con este ejemplo se vea mejor: consultero es a consultor como desconomista es a x. Siendo x, exactamente, han acertado, economista. O sea, un economista infiel a la síntesis de su profesión. O como suele decirse, un mal economista, o simplemente un tonto con estudios de economía, de los muchos que hay.
Pero, lo de pertenecer a la era Aquarius o Raphael no está tan claro, ¿no? Relativamente. Piensen en nuestro querido cantante y en su interpretación de la canción ya citada. Canta algo antiguo pero con mucha parafernalia y con invención de mil palabros, aunque en su caso se deba a un impenitente vapuleo al idioma inglés y no a una buscada artificialidad y especulación semántica. Ya saben a qué me refiero, a quienes buscan formas nuevas de definir lo de siempre. Lo que suele llamarse simplemente un especulador verbal, quien eleva artificialmente la importancia de los conceptos sin alterar su valor y síntesis.

A estas alturas se preguntarán cuáles son los vocablos a los que me refiero. Ahí van, pero antes, unas recomendaciones vitales: no los unan en una misma terna de frases, no los digan con gran severidad, ni los mojen después de la medianoche. Si concurrieran estas tres fatales circunstancias, el efecto gremlin se adueñaría de Ustedes: se les pondrían los ojos en blanco, engolarían la voz, se les pondrían los pelos (a pesar de que les queden tan pocos como a mí) de punta y, oh desgracia, se les derrretiría la mitad de los sesera, quedando la mayoría de la otra mitad atascada en un bucle infinito que los mantendría de por vida repitiendo el citado abracadabra de nuevo cuño. Así que, ni se les ocurra, por favor. Que no quiero perder ni uno solo de mis dos lectores.

Yo por si acaso, y para no caer en ninguna de las fatalidades que estos palabros pueden traerme los escribo en líneas separadas, no sea que incumpla la primera de las recomendaciones vitales que le he dado:

esto (la bolsa, la economía, la subida de los precios, etc.) tiene recorrido
(esta empresa) tiene músculo financiero
hay que apalancarse

No vean los escalofríos que acaban de recorrer mi espalda hasta el cogote. Miren, este es un post de los que tengo ganas de acabar cuanto antes, y así voy a hacer. Pero antes, una última advertencia: tomen las de villadiego si quien pronuncia el “ábrete sésamo” le da una solemnidad que ni la coronación de un dictadorcete africano y engola la voz bajando el pescuezo para agravar más aún su voz y es, además quien tiene contacto directo con su pasta.

Que ustedes lo apalanquen bien.

lunes, diciembre 03, 2007

El CMI y la Optimización


No es la primera vez que les hablo del Cuadro de Mando Integral (CMI) en este blog. Es una herramienta que, en muchos casos todavía desconocida, se suele aplicar sólo a la medición de la consecución de la estrategia. En realidad, al menos es mi interpretación, el CMI es una filosofía más que un plug-in de la estrategia o de los planes estratégicos. Mire donde mire, parece ser que la estrategia no puede existir sin un CMI.

Desgraciadamente esto suele llevar a la conclusión de que si tenemos CMI ya tenemos estrategia, de la que escribimos con mayúsculas. Creo que ya me van conociendo como para intuir que mi afirmación anterior es errónea, que no falsa pues, ocurrir, ocurre.

El CMI es más una filosofía que una herramienta. ¿Y cuál es esa filosofía? La de la búsqueda permanente de la mejora. Mejora en general, es decir, mejora en lo que cada cual elija. De las palabras anteriores puede interpretarse que no hace falta que sea en estrategia, ni mucho menos. Y así es, pero como lo que se lleva ahora es la estrategia, pues, como siempre, todos a por ella.

Mejora; así pues, lo primero es conocer el punto de partida y de ahí en adelante el punto al que queremos llegar. Por supuesto, los cambios sólo se producen si movemos algo: recuerden las palabras del labriego del post anterior. ya tenemos entonces, punto de inicio, acciones para movernos desde él y punto de fin, o punto intermedio si el proceso es continuo.
Resumamos entonces, tras conocer un poco más del porqué del CMI, la síntesis y esencia del CMI:

Fijamos un punto al que llegar. Objetivo
Definimos acciones que nos llevarán a él. Plan de Acción
Volvemos a medir para comprobar hasta dónde hemos llegado. CMI
Definimos acciones de corrección, dado que las primeras no nos han llevado hasta donde queríamos. Plan de Re-Acción
Y volvemos a comenzar...

Ya ven cómo toma forma la idea de la mejora continua. Lo único que ocurre es que hacerlo con el CMI es algo más sencillo. ¿Por qué? Porque nos permite sintetizar muchos aspectos en un solo cuadro y porque nos obliga a ceñirnos a porcentajes de consecución para valorar si el objetivo ha sido alcanzado o no. Parece una obviedad y tontería, ¿no? Piensen ahora en la cantidad de veces que se han visto en esa tesitura: ¿y ahora qué? ¿Está conseguido, no lo está, o todo lo contrario? ¿Seguimos con él o no?

Bien, falta entonces algo más, algo que nos diga si debemos seguir o no. Exactamente, falta “darle el aire”. Y ese aire lo da el definir todo aquello que vamos a medir como una parte de un todo: diferentes “bits” de un conjunto mayor, en el que la suma de todos ellos nos asegura velar por el conjunto y no por cada uno de sus sistemas. Me estoy refiriendo a ver la empresa como ser, vivo o no, esto le dejo a su imaginación. Yo no digo que respire, pero que la empresa vive y se mueve no hace falta que me lo diga nada. Y que se enferma y tropieza, tampoco.

Bien, ahora es cuando se hace necesario valorar si continuamos con la medición y re-acción de esas partes de la empresa que no van demasiado bien. En realidad, da igual, siempre y cuando no afecten a la salud general de la misma. Es decir, nosotros nos enfriamos o nacemos con defectillos que nos hacen imperfectos para algunos cometidos pero que son indiferentes para otros.

¿Qué estoy tratando de decirles? Que eleven sus miras (tampoco es para tanto) y vean a la empresa como un conjunto en el que las cosas ocurren, y en el que algunas de las cosas que le ocurren son buenas, mientras que otras no. Pero que, con unas y otras, sobrevive.

Sin embargo, creo que debo de ser gafe, me encuentro frecuentemente con empresas que velan por su estrategia y fijan metas distantes en la distancia y el tiempo mientras no se ocupan y menos se preocupan del día a día. Es algo así como ahorrar para la universidad del niño y despreocuparse de las notas del colegio. ¿Increible? Pero más que cierto.

Ahora el inicio del post toma algo más de sentido: filosofía que debemos asimilar para luego aplicarla donde consideremos oportuno o necesario. Aprendamos con lo sencillo para luego progresar con lo complejo y nunca, repito, nunca, al revés. Ya sé que esto “no pone” pero, qué se le va a hacer, es imprescindible regar el árbol si queremos coger la fruta algún día. Operativa antes que estrategia. Y no crean que las empresas andan sobradas de operativa eficiente, no. Y de mejora continua menos, que cuando ya sabemos un poco de algo nos consideramos maestros de todo.

No traten entonces de averiguar cuál será la demanda de manzanas, ni que precio tendrán en unos años o ni siquiera quién se pondrá junto a su puesto en el mercado si antes no van a sulfatar el manzano. Y arremánguense que viene “la calor”.